Dicen que puede ser una respuesta instintiva al confinamiento del covid: hablo del fervor contemporáneo por asistir a los grandes conciertos, a los festivales multitudinarios. Resulta que la gran partida se juega ahora en el campo del directo. Conviene reconocerlo: los álbumes, como manifestaciones artísticas, con voluntad unitaria, han perdido relevancia. Se necesitan, claro, para alimentar a las plataformas de streaming, pero allí se trocean y se diluyen en el torrente de las playlists. Acertaban aquellos que comparaban la distribución de la música digital con el agua corriente: necesaria, accesible, barata.
