Cuenta Mateo, el evangelista, que un día José recibió la visita del Ángel del Señor y que este le dijo que siguiera adelante con María, su mujer, que estaba encinta sin que hubieran tenido relación carnal, pues iba a alumbrar a un hijo que “salvará a su pueblo de sus pecados”. Así lo hizo. Se trasladaron a empadronarse a Belén, explica Lucas, otro de los evangelistas, y la criatura nació allí en un pesebre, pues no quedaba sitio en ninguna posada. Llegaron unos magos de Oriente que les regalaron oro, incienso y mirra, luego tuvieron que huir a Egipto. El Ángel del señor le dijo, poco antes, que Herodes había ordenado matar a su hijo. Hicieron un hatillo con unos cuantos bártulos, se pusieron en camino. Ya no regresaron hasta que el peligro pasó, con la muerte de Herodes, y se instalaron en Galilea, en Nazaret. José siguió trabajando.
